La magia del circo nos hace soñadores pasivos de una realidad onírica que vivimos despiertos, partícipes de un sueño del que no se puede despertar, y crédulos atónitos de un “más difícil todavía” que, en las pistas, es sólo rutina laboral. De hecho, cuando la jornada termina y los animales descansan relajados, mientras el agua resbala sobre sus lomos y el cepillo arrastra el cansancio adherido a sus crines, es frecuente oírlos hablar entre sí del convenio colectivo, de las bajas por depresión o de la jubilación anticipada… pura rutina. Y sus cuidadores aprenden el lenguaje de sus matizadas conversaciones, articuladas con vocalizaciones, trémulos y ronroneos, como quien aprende un idioma.
Un empresario circense me contó, tiempo atrás, que llevaba días observando acaloradas discusiones entre el adiestrador de elefantes y el domador de leones. Consciente de que las personas son la base del negocio, quiso saber y, en lo posible, mediar en la solución del conflicto.
Los llamó a su despacho y les dijo que se sentía orgulloso de dirigir un gran equipo que era también una gran familia; que mientras las familias se forman, los equipos se hacen; y que su misión para hacer equipo era elegir a los mejores, definir objetivos convergentes, asignar responsabilidades, facilitar el desarrollo de capacidades, motivar al personal y resolver los conflictos. Ingeniería y negocio
— No se trata de nosotros –dijo el adiestrador– sino de nuestros animales: discutimos sobre qué animal sabe más y cómo hay que cuidar y compensar su saber. Yo digo que el elefante es capaz de recordar todo lo que vive, y que sabe más, mucho más que el león; y que habría que llevarle a circuitos de aventura, a escuelas y a ferias, que estimulen su imaginación y le proporcionen más conocimiento.
— Pues yo creo –siguió el domador– que el león sabe contener su respiración mientras meto mi cabeza entre sus fauces, y al no inspirar, no olfatea y no percibe que es carne y sangre lo que está al alcance de sus colmillos, y es ese saber el que hace posible el espectáculo que más emociona y sobrecoge. Concedo que sabe pocas cosas, pero son valiosas para el público.
— Si son valiosas para el público, son valiosas para mí –terció el empresario mirando al domador–. Sin embargo, con el tiempo, el público puede acabar perdiendo el interés, visto que tú… nunca pierdes la cabeza.
Tras una breve reflexión, el empresario sacó de su cartera un billete de mil dineros y lo puso sobre la mesa:
— Deberíamos aprovechar la memoria del elefante –continuó– para ayudar al león a renovar su espectáculo, y la fiereza del león para hacer más impresionante el espectáculo del elefante… Aquí va la apuesta: traedme ese nuevo espectáculo y lo celebraremos todos juntos con esta provisión de fondos.
Moraleja
El conocimiento es lo único que permite crear una oferta de valor, diferenciada, atractiva y asequible: su correcta gestión es la mejor garantía de negocio. Pero la gestión de conocimiento implica no sólo al que se tiene, sino, también, y, sobre todo, al que no: la acumulación de conocimiento en el entorno restringido en el que ya estamos especializados suele producir incrementos de valor aditivos, mientras que el cruce de conocimientos o su aplicación en contextos diferentes abre la oportunidad a incrementos de valor multiplicativos (cuando no exponenciales)