Muchos estudiosos de la educación superior han argumentado con razón que las universidades son altamente resistentes al cambio. Inclusive algunos más críticos, han anticipado que en la era de la información las universidades están condenadas a desaparecer o a ser obsoletas, al menos de la forma como funcionan en la actualidad. Ciertamente, cuando se trata de propiciar e implementar el cambio en las instituciones educativas, ésta puede ser una penosa tarea, como lo podrán atestiguar varios líderes institucionales que, por cierto, perdieron su empleo en el intento. Recuerdo haber escuchado hace cerca de 15 años al entonces Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, cuando al dirigirse a un grupo de líderes de la educación superior les manifestaba su solidaridad con sus esfuerzos al comparar el trabajo del rector de una universidad con el del administrador de un cementerio, pues en ambos casos, “hay mucha gente debajo de ellos, pero nadie les hace caso”.
En 1998, Arthur Levine comparó los retos que enfrentan las instituciones de educación superior y las típicas acciones resultantes, al caso del barco en el que al estarse hundiendo por haber chocado con un iceberg, el capitán del barco decide que se emprendan las siguientes acciones en orden de prioridad: proteger a la tripulación, asegurarse que las cosas sigan funcionando normalmente, tratar de reparar el barco y, al final, si el tiempo lo permite, evacuar a los pasajeros. Al hacer la comparación con el tipo de decisiones que se toman ante una crisis en un ambiente universitario, Levine planteaba que normalmente se suele buscar proteger a la planta académica, asegurarse que las actividades de la institución continúen funcionando de manera normal, así como crear un comité para estudiar la problemática para proponer soluciones, aun cuando para el momento en que éstas sean anunciadas o implementadas ya sea tarde para los estudiantes que estarán por graduarse.
Uno de los problemas con cualquier intento de reforma institucional es que las universidades no pueden dejar de funcionar o suspender la impartición de clases mientras se implementan los cambios. Pero, ¿qué tal crear una nueva universidad? Bueno, tampoco es tan sencillo, considerando todo lo que se requiere para establecer una nueva institución educativa. No obstante, a nivel mundial muchas instituciones están siendo creadas en estos días, especialmente en países en donde las presiones demográficas son de tal magnitud que existe un gran número de jóvenes que están demandando acceso a la educación superior. Por mencionar algunos casos, en México en los últimos seis años se han establecido 105 nuevas universidades; en la India el gobierno ha señalado que para atender la esperada demanda de educación superior será necesario construir 1,000 nuevas universidades de aquí al 2020; en China el número de instituciones de educación superior al final de la década pasada era casi el doble de las 1,000 que había en el año 2000; y en Brasil se establecieron 1,512 nuevas instituciones de educación superior entre 1997 y el 2009.
Cuando se crean nuevas instituciones surge una oportunidad única dado que se pueden explorar nuevos métodos pedagógicos u organizacionales. En mis viajes a diferentes países ocasionalmente me entero de alguna nueva institución que está siendo fundada y siempre tengo la curiosidad de saber hasta qué grado quienes están a cargo de tan interesante tarea están simplemente emulando a otras instituciones o tienen la disposición de arriesgarse haciendo algo innovador y diferente.
Un buen ejemplo del tipo de institución en la que se está tratando de poner en operación un nuevo modelo es la Universidad Internacional Albukhary (AIU por sus siglas en inglés). Apoyada por la Fundación Albukhary y establecida por un prominente empresario y filántropo de Malasia, la AIU es una institución privada, no lucrativa, residencial y sin orientación religiosa ubicada en Alor Setar, una pequeña ciudad localizada en el norte de Malasia, muy cerca de la frontera con Tailandia. Esta institución que cuenta con nuevas instalaciones de primera calidad que serían la envidia de cualquier universidad ya establecida, justo acaba de abrir sus puertas a la que será su primera generación de estudiantes, los cuales provenientes de 46 países (siendo sólo una pequeña porción de estudiantes de Malasia). Dado que todos los estudiantes reciben una beca completa que cubre la totalidad de sus colegiaturas y de sus gastos de estancia, una condición necesaria de admisión es que los estudiantes provengan de familias con limitados recursos económicos y que pertenezcan a sectores marginados de la población en sus respectivos países. En otras palabras, es una universidad internacional para jóvenes pobres pero motivados para aprender en un ambiente digno de corte internacional.
Para los estudiantes que requieren alcanzar el nivel de conocimiento de inglés básico requerido para tomar cursos regulares en la universidad, se les ofrece un programa opcional de seis meses de inmersión en el idioma inglés. Todos los estudiantes comienzan su educación regular con un programa de educación general de duración de un año compuesto de 15 cursos trimestrales que incluyen Matemáticas, Habilidades de Aprendizaje y Pensamiento, Liderazgo y Proyectos Comunitarios, entre otros. Durante los siguientes tres años los estudiantes pueden optar por las carreras de Contabilidad, Administración o Ciencias Computacionales (ya sea en Ingeniería de Software o Redes), que se ofrecen a través de las escuelas de Administración e Información y Tecnología de las Comunicaciones. En el futuro se tiene previsto establecer la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales.
Es interesante notar que aunque Malasia es un país musulmán, la AIU no es una universidad islámica. También resulta relevante que todos los estudiantes deben realizar actividades de servicio en zonas marginadas de la comunidad local en la que AIU está ubicada. Finalmente, al término de los estudios universitarios es obligatorio que todos los estudiantes regresen a sus países de origen.
Como lo explica el Profesor Dzulkifli Abdul Razak, Rector de la AIU, un conocido educador que anteriormente fungió como Rector de la prestigiosa Universidad de Ciencias de Malasia, la AIU pretende innovar usando la metáfora de una “humaniversidad” en la que se pretende “hacer asequible una educación relevante y de alta calidad basada en la equidad y el acceso con éxito en un ámbito global”.
¿Será verdadera tanta belleza? Indudablemente que es muy temprano para saber qué tan exitosa será la AIU en el logro de sus ambiciosas metas y aún hay muchas preguntas para los que no existe respuesta. Surgen cuestionamientos que van desde la viabilidad financiera de largo plazo para AIU, hasta la capacidad de los egresados de adaptarse y convertirse en verdaderos agentes de cambio una vez que regresen a sus países de origen. También hay retos formidables respecto al reclutamiento y retención de una planta de profesores innovadores y con avidez para aventurarse en nuevos “territorios” pedagógicos y con capacidad de crear ambientes de aprendizaje adecuados que permitan maximizar la riqueza multicultural existente en el campus universitario, por mencionar algunos.
No obstante, es grato saber de esfuerzos que se están dando en el mundo para recrear la educación superior. Como lo expresara el Rector Dzulkifli, la AIU puede servir como “una nueva inspiración en torno a la universidad del futuro” en la que los egresados puedan ayudar a “definir el camino hacia un futuro sustentable y pacífico”. Ojalá así sea
Y usted, amable lector, ¿qué opina? Si pudiera fundar una universidad desde su diseño, ¿qué haría y qué no haría?, ¿qué fallas y limitaciones trataría de evitar?, ¿cuál sería la misión de su universidad ideal?
Curriculum
Francisco Marmolejo. Licenciado en Administración Agropecuaria con maestría en Administración de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP). Actualmente residente en los Estados Unidos en donde se desempeña como Coordinador de Educación Superior en el Banco Mundial. Entre 1995 y 2012 fungió como director ejecutivo del Consorcio para la Colaboración de la Educación Superior en América del Norte (CONAHEC) y desde 2006 como Vicerrector Asistente de Programas del Continente Americano en la Universidad de Arizona. En esta institución fue además Investigador Afiliado en el Centro de Estudios de la Educación Superior y Académico Adjunto en el Centro de Estudios Latinoamericanos
Miembro de diversos consejos consultivos y asesores de universidades y organizaciones entre los que destacan la UANL, la UASLP, la U de G, el Consorcio CUMEX de Universidades Mexicanas y la Asociación Mexicana para la Educación Internacional (AMPEI). Es además miembro de la Comisión de Asuntos Internacionales en el Consejo Estadounidense de la Educación (ACE) y del Consejo Directivo de NAFSA: Association of International Educators
Participa activamente en foros internacionales impartiendo conferencias y talleres sobre internacionalización y educación en el contexto global y es autor de artículos especializados y capítulos de libros. Es miembro del Consejo Editorial de diversas revistas especializadas en temas de educación superior, asuntos internacionales y administración.