Estimado lector, pregúntese: ¿qué pasaría si un extraterrestre aterrizara en Sudáfrica durante el partido final del mundial, sabiendo que hay más de 1800 millones de personas (un estimado) viendo un juego de futbol en el que sólo 22 personas pueden marcar el gol? Tal vez se preguntarían si es que estamos locos los terrícolas. En 2008 Enrique Ghersi y su servidor compilamos el libro “¿Por qué amamos el futbol?”, de editorial Porrúa, del cual ahora tomo algunas ideas para el contexto presente.
Un etólogo se dedica a entender la conducta de otras especies, por ello Desmond Morris, en su obra “The Soccer Tribe”, nos propone asumir el lugar de un extraterrestre que se pregunta ¿por qué los humanos tienen esa obsesión, que no comparten con otra especie, de patear un balón? El gran problema para el confundido extraterrestre sería entender su función, para así comprender la cultura y la naturaleza humana ¿Por qué lo hacen miles y por qué millones la observan?
Desde la perspectiva evolutiva-etológica, jugar futbol es rememorar el ritual de la caza. El futbol integra muchos de los elementos de la caza primitiva: la presa es el balón y su cacería demanda supremacía física (por ello pregunto: ¿por qué “el chicharito”, un joven talentoso, se queda en la banca?); requiere de estrategia y tácticas (sin duda, ahora el equipo mexicano muestra un juego más ofensivo que antes); la cooperación activa de todo el equipo es indispensable para la victoria (la selección francesa no lo entendió por lo que el subcampeón fue eliminado); existe peligro, el riesgo de lesiones físicas serias (por ello jugadores estrella como Michael Ballack se perdieron el mundial); la intensidad del juego demanda un alto nivel de concentración, una cabeza fría es necesaria para los momentos de tensión aguda, para no caer en provocaciones que podrían conducir a sanciones (Efraín Juárez lo olvidó y por acumulación de tarjetas no jugó contra Uruguay); se requiere de gran resistencia y movimientos precisos (frente a Uruguay, Guardado nos emocionó con un tiro impresionante al minuto 21 que se estrelló en el poste); el control del balón se perfecciona por el desarrollo de habilidades espaciales y lo impredecible de las acciones exige de imaginación capaz de transformarse instantáneamente en movimientos físicos (coordinación mente-cuerpo que le faltó al “Maza” Rodríguez en el minuto 64 contra Uruguay cuando no pudo conectar correctamente un remate de cabeza); se debe tener una excelente vista y la habilidad de apuntar con precisión, especialmente en momentos climáticos al dirigirse a la portería (en un tiro penal el español David Villa envió el balón a la publicidad y no a la portería mientras el arquero hondureño se tiraba al extremo opuesto del arco); finalmente, debe existir un alto grado de motivación.
Deportes como el arco, los dardos, el boliche, el billar, los bolos, el cricket y el golf se enfocan en el clímax de la caza, el riesgo y la puntería para acertar en la presa (blanco), sin embargo carecen de la fluidez e intensidad necesaria. El básquetbol integra movimientos rápidos y un blanco, pero existe poco riesgo físico y le faltan movimientos bruscos. Los pases y las jugadas del futbol americano son muy violentas y conllevan alto riesgo físico, pero es pausado y minimiza los movimientos libres y espontáneos. Sin duda el mejor paralelo con el ritual de caza es el futbol soccer.
Intervienen emociones como el sentimiento de pertenencia (la necesidad de ser parte de una tribu y compartir la euforia por un gol) o la sensación de que se puede alcanzar la victoria, sí, pero a costa del esfuerzo, de la lucha y de la suerte. El futbol es tan humano que es injusto. “La mano de dios” de Maradona y la mano de Henrry, que calificó a Francia al mundial, lo atestiguan. Engañar en el fútbol puede conducir a la victoria o a la humillación.
Los aficionados –en broma o en serio- participan del futbol con fervor religioso. Millones de personas han sustituido servicios y festividades religiosas por juegos de futbol: atesoran objetos relacionados con este juego como reliquias sagradas, el estadio constituye un altar y los jugadores son idolatrados por sus fans quienes los ven como jóvenes “dioses”. El futbol se aparta de la vida corriente por su lugar y duración; permite escapar hacia una esfera temporal de actividad con tendencia propia. Tras el silbatazo inicial, el campo adquiere un orden propio y absoluto: 17 reglas sencillas definen ese orden, pero dejan en libertad a los jugadores para elegir estrategias y responder con creatividad, talento y fuerza al rival.
La realidad “futbol” abarca el espíritu, la cultura y el instinto de la natura humana, todas son condiciones necesarias para hacer leyes y políticas públicas “inteligentes”: acordes con lo que somos, no con lo que deberíamos ser. Ojalá poner un negocio o pagar impuestos tuviera la sencillez regulatoria del futbol, ojalá nos quedemos con un aprendizaje de la fiebre mundialista.
Publicado 28th May 2012 en Blog Andrés Roemer