Con motivo de la instalación en días pasados del Comité Nacional de Productividad y del discurso otorgado en dicho evento por el Dr. José Narro Robles, Rector de la UNAM, los autores mencionados, expertos en la materia y catedráticos de la EBC, emitieron reflexiones sobre el mismo que hemos conjuntado en el presente artículo que resulta de sumo interés por su relevancia en el desarrollo del país.
El fin último de la economía es mejorar el nivel de vida de las personas. Ninguna decisión tomada en el ámbito de la política económica se entiende si no lleva como objetivo el desarrollo humano integral. El desarrollo económico es necesario, pero no suficiente, tiene que estar ligado a la felicidad de los individuos, de los grupos y de las comunidades que conforman la sociedad.
El puro crecimiento de la economía no significa en automático un mejor nivel de vida para todos. Sólo con ello no se resuelven los problemas derivados de la mala distribución del ingreso y, por tanto, no se pueden liquidar las abismales desigualdades que padecemos desde siempre.
Entendemos productividad como la capacidad empresarial, social y gubernamental de fortalecer los recursos y los factores de producción e impulsar con ese fortalecimiento la prosperidad social. Por tanto, la productividad se logra mediante trabajo coordinado de todos los sectores para generar un sistema de desarrollo económico que procure empleo, riqueza, distribución justa del ingreso y desarrollo regional equilibrado.
La productividad debe enmarcarse en la fórmula ganar-ganar, donde ganan las partes involucradas en el proceso productivo. El esquema es productividad con beneficios compartidos. Gana el país en competitividad y, con ello, ganamos todos. Resulta fundamental impulsar la productividad en las micro y pequeñas empresas, con programas específicos y capacitación en coordinación con los diferentes actores de la sociedad. Las PyMES, pequeñas y medianas empresas, representan entre 80 y 85 por ciento del empleo formal en México, de acuerdo con el INEGI, requiriéndose para este sector apoyos financieros, tecnológicos y humanos.
La productividad es un asunto de carácter transversal que atraviesa todos los ámbitos de la sociedad como son económicos, productivos y sociales. Democratizarla significa movilizar recursos, programas gubernamentales, acciones de coordinación con las grandes empresas, para lograr que las pequeñas y medianas empresas, sectores donde hay un rezago en productividad, se inserten en la competencia, se inserten en la globalidad. La tarea más importante que puede tener el Comité Nacional de Productividad consiste, precisamente, en poner en el centro de las discusiones todos los elementos que participan en el tema de la productividad: empresas, capacitación, financiamiento, temas fiscales, etcétera. No podemos retardar, aún más, el despegue del país y seguir condenando a más generaciones de mexicanos a la pobreza, al desempleo, el atraso y la marginación.
La consecuencia que buscamos al fortalecer la productividad es tener mejores empleos para nuestra gente y un mejoramiento substancial en la calidad de vida, tema que demanda esfuerzos y acciones articuladas. La productividad como el eje Rector de la estrategia, para llevar a México a su máximo potencial de desarrollo.
Esto nos lleva a que, en el contexto de un mundo globalizado y competitivo, aquellas empresas que no estén preparadas para enfrentar los retos tecnológicos, económicos, financieros, comerciales y productivos, permanecerán en un nivel inferior de desarrollo. Y mientras el gobierno está trabajando para mejorar la productividad nacional, mejorar nuestra economía y generar empleos suficientes; mientras las empresas tienen el compromiso de enfrentar estos retos de manera eficiente y eficaz, corresponde a las instituciones educativas apoyar estos programas e iniciativas con la generación de profesionistas mejor preparados, más conscientes de su entorno, más competitivos, pero sobre todo más comprometidos con México.
En la educación de calidad residen muchas claves, fueron las palabras pronunciadas por el Dr. José Narro Robles en el marco de la instalación del Comité Nacional de Productividad, y que ponen de relieve una verdad fundamental: no tendremos un avance sustancial en los índices de productividad a menos que se consolide una nueva cultura educativa.
Ocupamos lugares poco deseables en materia de competitividad y el incremento de la productividad ha sido casi nulo por varias décadas. El Centro Nacional de Investigación para el Desarrollo informa que la productividad de un mexicano es apenas 19% de la de un irlandés, 23% de la de un francés y solo un tercio de la de un español. ¡Esto significa que se necesita contar con cinco mexicanos para producir lo mismo que un irlandés!
Aunque es cierto que la productividad depende de diversos factores (tecnología, recursos, condiciones de trabajo, entre otros), el punto estratégico que potenciará de forma genuina el desarrollo de una mente productiva es la educación profesional. De ahí que el Rector puntualizara que “si ocupamos un lugar mediano entre las naciones en materia de competitividad, se debe, entre otras razones, a que no hemos puesto, como país, suficiente atención a la educación de la población, a que no hemos ampliado con suficiencia las capacidades científicas y tecnológicas”.
No hemos puesto suficiente atención a la educación, cierto, contamos con casi ocho millones de jóvenes, mujeres en su mayoría, que no estudian ni trabajan. Es momento de diseñar nuevas estrategias, de plantear metas ambiciosas, de mirar lejos y muy alto, de acercar la educación al ejercicio profesional y a la realidad de las empresas en México. Sin educación de calidad para la mayoría de nuestros niños y jóvenes, y sin esfuerzos exitosos para impulsar la inventiva y la creatividad, México no tendrá una economía realmente competitiva. Hay que materializar la reforma constitucional sobre la educación y generar un Acuerdo Nacional por la Calidad de la Educación, mecanismos de aplicación y seguimiento donde participe el Estado mexicano en su conjunto, con todos los sectores de la sociedad. Al mismo tiempo, debemos fortalecer la vinculación entre el gobierno, las empresas y las instituciones educativas, para dar un fuerte impulso al capital humano, a la capacitación y a la innovación.
Debemos tener una educación integral y de calidad. Consideramos que debe ser una educación integral porque debe basarse en el conocimiento técnico, en las capacidades individuales, en los valores personales y colectivos, en la formación de profesionistas que tengan experiencia laboral en su área de conocimiento mientras desarrollan sus estudios. Todo éste conjunto de elementos combinados, ayudará a forjar personas y profesionistas más comprometidos, tanto con la sociedad, con su institución formativa y sobre todo a nivel empresarial, ya sea que trabajen para una empresa o desarrollen su propio negocio.
Otro aspecto muy importante. Requerimos, hoy más que nunca, de la apuesta colectiva en favor de un México más justo. Éste es el desafío de nuestras generaciones. Si hay la voluntad para transformar políticas e instituciones, y para impulsar el desarrollo integral y sustentable del país, tiene entonces que haber la misma voluntad para comprometer a instituciones públicas y privadas y a personas públicas y privadas en el ejercicio ético de las capacidades y de las profesiones porque los índices de corrupción nos alejan de la productividad. Al incorporar la ética a la vida y dentro de ella al trabajo, al asumir la ética como un nuevo paradigma se asegura de manera integral un buen presente y un mejor futuro, pues los valores y los principios éticos forjan una ventaja competitiva duradera, real, no emergente, ni dependiente, ni cuestionable por propios o extraños. Ser ético es proyectar los valores y principios fundamentales a la realidad, al quehacer,… en otras palabras, actuar en consecuencia de la interiorización de acciones socialmente responsables que traigan beneficios individuales y comunitarios. Es importante desarrollar programas de ética que orienten la interiorización de principios y valores requeridos para una adecuada gestión y que permitan a las personas asumir costumbres y comportamientos reunidos en un ideario ético que defina lo que es aceptable y las acciones u omisiones que son reprochables y que exigirán enmienda. La propuesta de normas técnicas de competencia laboral y los procedimientos para la evaluación, acreditación y certificación serán tarea fundamental para avanzar en la competitividad del país en su conjunto
Es fundamental una formación académica que permita desarrollar “las capacidades científicas y tecnológicas”, pues son estas capacidades las que servirán de semilla para el logro de resultados óptimos en cada una de las dimensiones: como individuo, como empresa y como nación. Damos énfasis al saber, al saber hacer y al saber ser como parte de una cultura educativa promotora de un círculo virtuoso altamente orientado a la productividad. El reto ahora es alinear a todo el sistema educativo a esta misma filosofía. A menos que esto suceda, la iniciativa del CNP tendrá éxito, de lo contrario será tan sólo dar golpes al aire.
Desde luego, que la educación no es por sí sola el remedio infalible, se necesita la coordinación interinstitucional del gobierno, empresas, universidades, sociedad y trabajadores. Por cierto, si la educación es el fundamento, el trabajador es el actor principal. Nada extraordinario ocurrirá si los trabajadores no actúan como agentes impulsores del cambio, asumiendo una mentalidad plenamente enfocada a la optimización de resultados.
La productividad, por lo tanto implica, una evolución del pensamiento, una nueva disposición mental, la puesta en marcha de decisiones inteligentes y estratégicas, el compromiso pleno con los valores empresariales y nacionales. ¿Cómo se logra esto? La respuesta una vez más es: a través de la educación.