Había una vez un ingeniero que tenía un don excepcional para arreglar cualquier aparato mecánico. Después de trabajar lealmente para su empresa durante más de treinta años, se jubiló felizmente.
Algunos años más tarde, la empresa contacto con él por un problema al parecer imposible de resolver que tenían en una maquina valorada en millones de dólares. Habían intentado todo para volver a poner en marcha la máquina pero sin resultado.
Desesperados, llamaron al ingeniero jubilado que en el pasado había resuelto tantos problemas.
El ingeniero acepto el reto encantado. Se pasó el día estudiando la inmensa máquina. Al final del día, marco una pequeña ‘x’ con tiza sobre un cierto componente de la máquina y dijo:
-”Aquí es donde está el problema”.
El componente se cambió y la maquina volvió a trabajar perfectamente.
La empresa recibió del ingeniero una factura de 50.000 dólares por sus servicios. Ante la petición de la empresa de una descripción detallada de la factura, el ingeniero respondió escuetamente:
– Por la marca de tiza: 1 dólar
– Por saber dónde ponerla: 49.999 dólares
Se le pago hasta el último centavo y el ingeniero volvió a su apacible retiro.